By ANTONIO O. RODRIGUEZ
Especial/El Nuevo Herald
Akuara Teatro estrenó Flores no me pongan, a partir de un monólogo escrito por Rita Martín, en la sala Havanafama. Alejado de premisas como fábula, conflicto y desarrollo de la acción, este acercamiento a la figura de Virginia Woolf parece adscribirse al ``todo vale'' de las vertientes contemporáneas de la escritura teatral y, en particular, a la llamada dramaturgia discursiva o narraturgia. Una Virginia fantasmagórica y múltiple comparte con nosotros sus ideas --como resultado de un ejercicio intertextual-- en este texto con el que Martín se propuso ``reactualizar'' a la creadora de Mrs. Dalloway relacionándola con elementos de nuestro entorno cultural y nuestra contemporaneidad.
La estructura no lineal y fragmentaria del material, el carácter expositivo y la cantidad de asociaciones y de citas que contiene (desde Shakespeare, Verne y Dickinson hasta Brecht, Piñera y Silvio Rodríguez) constituían un reto para su montaje. La directora Ivonne López Arenal optó por una puesta que hace énfasis en lo coreográfico y lo ritual, en la que las voces que originalmente acompañaban off stage a Virginia (Miriam Bermúdez) se corporeizan en un auxiliar (Joan Vega) que la escolta durante la ceremonia escénica.
En la función del pasado sábado, Bermúdez realizó un apreciable trabajo de expresión corporal, pero podría entregar resultados más abarcadores si consiguiera matizar un poco su uniforme registro emotivo. En la construcción de su personaje-comodín, Vega debe ganar autoridad y energía en su proyección física y vocal. El montaje podría, asimismo, solucionar la injustificada competencia por la atención del espectador que se establece entre los actores durante algunos pasajes. (Por ejemplo, cuando el actor entona la canción de Ela O'Farrill mientras la actriz dice su parlamento.) Los fragmentos musicales de Aurelio de la Vega escogidos para formar parte de la banda sonora aportan un entorno de sugerente dramatismo, mucho más efectivo que el uso --y abuso-- que se hace de los temas de The Beatles.
El breve espectáculo, que pareciera no tener entre sus objetivos generar reacciones emotivas o propiciar algún tipo de identificación con el personaje de Virginia, subraya su naturaleza cerebral al incluir una serie de referencias (Bloomsbury, Hogarth, Vita Sackville-West, Yorick, Orlando, Stephen Dedalus) que parecieran dar por sentado que, en el proceso de recepción, el público dispondrá de un bagaje informativo previo sobre la vida y la época de Woolf y sobre la literatura inglesa.
López Arenal continúa explorando, como lo hizo en La noche de Eva, el pensamiento y los conflictos individuales y sociales femeninos. Sin embargo, esta nueva propuesta queda por debajo de su anterior estreno en interés y en hallazgos estéticos. Flores no me pongan resulta, más que un producto artístico sólido y convincente, un momento de búsqueda y experimentación para Akuara Teatro. Quizás la mayor significación de este recordatorio sobre la vigencia de la gran escritora inglesa esté en demostrar que la cartelera teatral hispana de Miami puede dar cabida hoy a propuestas de muy disímil naturaleza: desde las que apelan a estructuras comunicativas populares hasta las que, como ésta, se aventuran saludablemente a indagar formas y contenidos no tradicionales.
La estructura no lineal y fragmentaria del material, el carácter expositivo y la cantidad de asociaciones y de citas que contiene (desde Shakespeare, Verne y Dickinson hasta Brecht, Piñera y Silvio Rodríguez) constituían un reto para su montaje. La directora Ivonne López Arenal optó por una puesta que hace énfasis en lo coreográfico y lo ritual, en la que las voces que originalmente acompañaban off stage a Virginia (Miriam Bermúdez) se corporeizan en un auxiliar (Joan Vega) que la escolta durante la ceremonia escénica.
En la función del pasado sábado, Bermúdez realizó un apreciable trabajo de expresión corporal, pero podría entregar resultados más abarcadores si consiguiera matizar un poco su uniforme registro emotivo. En la construcción de su personaje-comodín, Vega debe ganar autoridad y energía en su proyección física y vocal. El montaje podría, asimismo, solucionar la injustificada competencia por la atención del espectador que se establece entre los actores durante algunos pasajes. (Por ejemplo, cuando el actor entona la canción de Ela O'Farrill mientras la actriz dice su parlamento.) Los fragmentos musicales de Aurelio de la Vega escogidos para formar parte de la banda sonora aportan un entorno de sugerente dramatismo, mucho más efectivo que el uso --y abuso-- que se hace de los temas de The Beatles.
El breve espectáculo, que pareciera no tener entre sus objetivos generar reacciones emotivas o propiciar algún tipo de identificación con el personaje de Virginia, subraya su naturaleza cerebral al incluir una serie de referencias (Bloomsbury, Hogarth, Vita Sackville-West, Yorick, Orlando, Stephen Dedalus) que parecieran dar por sentado que, en el proceso de recepción, el público dispondrá de un bagaje informativo previo sobre la vida y la época de Woolf y sobre la literatura inglesa.
López Arenal continúa explorando, como lo hizo en La noche de Eva, el pensamiento y los conflictos individuales y sociales femeninos. Sin embargo, esta nueva propuesta queda por debajo de su anterior estreno en interés y en hallazgos estéticos. Flores no me pongan resulta, más que un producto artístico sólido y convincente, un momento de búsqueda y experimentación para Akuara Teatro. Quizás la mayor significación de este recordatorio sobre la vigencia de la gran escritora inglesa esté en demostrar que la cartelera teatral hispana de Miami puede dar cabida hoy a propuestas de muy disímil naturaleza: desde las que apelan a estructuras comunicativas populares hasta las que, como ésta, se aventuran saludablemente a indagar formas y contenidos no tradicionales.