Foto: Eddy Díaz Souza
Un pañuelo de papel por Maité Hernández Lorenzo. CubaContemporánea.
Un pañuelo de papel
Por Maité Hernández-Lorenzo | enero 20, 2014 10:59 am
Huevos, por Akuara Teatro, en Miami.
Tenía nueve años y una amiga pasó a buscarme: “Vamos que ya empezó”.
Salimos corriendo detrás de un grupo de gente sin saber muy bien a quién
estábamos persiguiendo. El gentío se detuvo y una muchacha apareció en
el centro. Estaba manchada de huevo. La viscosidad amarilla le chorreaba
desde el rostro hasta los pies. Había mucho frío. Mi único abrigo se
salpicó. Tuve que salirme antes de que mi madre lo notara.
Henry era mi enamorado en quinto grado. Coleccionaba sellos y siempre a
la salida de la escuela me esperaba con un paquetico de estampillas. Un
día se fue con toda la familia. Sólo quedó la abuela. Salieron de
madrugada, limpios y perfumados. Nunca más supe de él.
En lo
adelante veríamos de todo: vecinos señalar las casas donde se suponía
habitaban “escorias” y “lumpen”, palabras que escuchaba por primera vez y
que se volvieron familiares a fuerza de repetirlas; gente que creció
conmigo y nunca más vería. “Se van porque son gusanos y no quieren a la
Revolución”. ¿Era eso posible? Plaf.
Romper la liga
Dice
Alberto Sarraín que una espectadora le sugirió que debían poner pañuelos
de papel en el programa de mano. Uno sabe que esa señora no exagera.
Uno sabe que la página no se pasa y sanseacabó. Uno sabe que las cosas
perduran en el tiempo, que la memoria se reconstruye, se reinventa,
traiciona, todo eso, aunque Virgilio Piñera sentencie que no sabemos
recordar.
Han pasado más de tres décadas, y en el medio sucedió
el verano del ´94. Otra masa de gente pero esta vez plantada en la
orilla siendo testigo de la estampida hacia el norte en embarcaciones
pedestres, proyectos de botes lanzados al mar sin garantía de vida. Y ha
pasado más, mucho más.
Ha pasado también que Ulises Rodríguez
Febles rinde cuentas ante su biografía personal y colectiva. No por
gusto en Huevos, la pieza de su autoría que Sarraín estrenó en Miami y
que se ha vuelto “viral” en las redes sociales, transita por esos dos
núcleos “tormentosos” de nuestra historia nacional: Mariel, 1980, y los
prolegómenos a la crisis de los balseros en 1994.
Pero Huevos
se sale de los cotos que sugiere su título. También se inscribe con
igual derecho en el extenso catálogo que agrupa a la familia cubana en
el repertorio nacional.
Mientras recoge el capítulo del Mariel,
desmonta emocionalmente ese nido esencial de la vida cubana apuntalado
muchas veces por los conflictos sociales y políticos que en un época,
más que ahora, tiranizaron las relaciones intrafamiliares y que en el
éxodo de los ´80 tuvo su punto climático.
Partiendo la liga que
tensa ambas orillas, Sarraín, desde Miami, y Rodríguez Febles, desde
Matanzas, reinventan sobre el escenario un territorio común de memoria y
reconciliación.
Huevos
Alberto salió de Cuba antes del
Mariel, vio a la peculiar flotilla desembarcar e insertarse, si es
posible esta palabra. Tuvo la oportunidad de trabajar como psicólogo con
el equipo de crisis de la Universidad de Miami en Fort Indiantown Gap,
en Pennsylvania. Allí atendió, según nos cuenta, “a una de las
poblaciones de ‘entrantes’ más desamparadas de todo el éxodo: los
menores sin acompañante.”
Ulises era un niño que observaba las
manifestaciones y los actos de repudio desde la ventana de un hospital
en La Habana. No olvida cómo preparaban cajas con huevos y tomates. Le
asiste, según confirma, el derecho de leer el pasado como ciudadano y
escritor. Su tío Sabino Febles salió de Cuba en la década del ´70, y fue
a él a quien le dedicó el estreno de Huevos en Miami, el 16 de
noviembre del pasado año.
Ahora bien, ¿qué vigencia podría
tener una obra que llega más de treinta años después de los sucesos que
narra y se presenta ante una comunidad que se ha reconfigurado durante
estas tres décadas?
Para Alberto Sarraín, tanto Miami como La
Habana son escenarios naturales para “acercarse a ese terremoto, social,
cultural, político y humano que nos estremeció en 1980”.
“Ellos están aquí con nosotros y muchos otros que tiraron huevos fueron
llegando a lo largo de estos treinta y tantos años. Así que contamos con
dos elementos fundamentales para ser público de Huevos: dolor y culpa.
Existen otros elementos que constituyen pilares del público potencial de
la puesta. La generación del Mariel es, sin lugar a dudas, la más
importante de la comunidad cubano-estadounidense desde el punto de vista
cultural. Y esto, desde luego, tiene diferentes connotaciones en Cuba y
en Estados Unidos”.
“En ese paquete de ‘escorias’ Cuba perdió
un importante número de brillantes intelectuales que no se ajustaban al
patrón del ‘hombre nuevo’. Fue así que, bajo las etiquetas de
homosexuales, apáticos, extranjerizantes, diversionistas y más, llegó a
estas tierras un ejército de escritores, actores, pintores, coreógrafos
que revolucionaron culturalmente el exilio, hasta entonces controlado
por ‘el exilio histórico’, llamado por algunos psicólogos ‘la generación
congelada’. Así es como el Éxodo del Mariel ha quedado retratado en
cientos (miles) de artículos, tesis doctorales, libros y obras de arte
en general. Treinta y tres años después, el Mariel nos acompaña. Creo
que el dolor, el odio y la culpa no se han apagado todavía. Lo
comprobamos durante las funciones. El público lloraba desde la primera
escena hasta el punto de que alguien dijo que habría que poner un
pañuelo de papel en cada programa”.
Dice Ulises que treinta
años no es nada, que nuestra responsabilidad ética es volver a instantes
así. “La única diferencia, entre nosotros los cubanos es que muy pocas
veces desde Cuba hemos leído una de nuestras traumáticas etapas de la
historia nacional más recientes. El pasado sirve para iluminar el
presente y el futuro, para cuestionarlo y leer lo que queremos desde
nuestra visión del mundo. El pasado sigue siendo presente, porque hay
ciertos códigos de actualidad que permanecerán: la responsabilidad
individual en situaciones límites, la nostalgia, el dolor, la separación
y el reencuentro del emigrado”.
A Ulises le conmovió ver en la
sala de Akuara Teatro a muchos marielitos que se hicieron acompañar por
sus hijos. Algunos de ellos quizá ignoraban -o conocían a medias- esa
página de la historia familiar. “Yo he visto a los espectadores ‘leer’
Huevos, desde su visión personal, y experimentar sus estremecimientos,
da lo mismo que sean cubanos, españoles, argentinos, venezolanos… Y eso
es una recompensa creativa y humana que guardamos todos los que hicimos
posible el estreno y las funciones de Huevos en Akuara Teatro”.
Más de cien mil cubanos llegaron a Estados Unidos en breve lapsus.
“Sólo se ve una huida de la población civil así en tiempos de guerra”,
acota Sarraín.
“Pero más allá de eso, caló profundo por la
manera en que este éxodo se realizó. Primero la humillación, el abuso,
el acorralamiento a que se sometieron las personas que aceptaron la
propuesta de, ‘que vayan todos los que quieran’ fue inaudito. Por otra
parte, la terrible manipulación de la población en estos eventos, los
actos de repudio organizados desde los centros de trabajo llevaron a
situaciones tan inverosímiles como dice un personaje de la obra: ‘Unos
tiraban huevos y al otro día se iban’. El desgarramiento familiar, el
quiebre de la sociedad civil dejaron profundas heridas en ambas orillas.
En este lado del estrecho sufrimos la llegada de unos cuantos miles de
delincuentes y dementes que fueron sacados de cárceles y hospitales y
obligados a marcharse. La población de la Florida estaba inquieta,
temerosa, prejuiciada. Los recién llegados al principio fueron recibidos
como héroes, y luego se convirtieron en apestados y puestos en la mira
de los norteamericanos. Ser ‘marielito’ era sinónimo de ser delincuente,
mal educado, aprovechado, vago, borracho y comunista”.
Huevos, Mefisto Teatro.
Huevos, Mefisto Teatro.
En 2007, Mefisto Teatro, bajo la dirección de Tony Díaz, estrenó Huevos
en La Habana y más tarde fue uno de los montajes seleccionados para el
Festival Nacional de Teatro, en Camagüey, donde el equipo artístico
recibió varios reconocimientos al igual que su autor. Sin embargo,
Miami, locus simbólico y geopolítico de/en la isla, sugiere una relación
particular entre la pieza y sus espectadores.
Alberto Sarraín
siempre ha rechazado trabajar con piezas de contenido político directo.
La política en su teatro, nunca ausente, se verifica en el disenso que
produce sobre la escena desde los núcleos de sentido de la obra. De ello
hemos sido testigos en Cuba ante sus versiones de Parece blanca, Los
siete contra Tebas o Morir del cuento. Ha sido, a través de su
compromiso con el teatro cubano en su totalidad, aquel que nos relata
desde cualquier latitud, su camino de participar.
“Siendo Miami
una ciudad politizada, como La Habana, he rechazado siempre cualquier
tipo de obra de este tipo, incluso algunas que te pueden dar ventajas
con el público de la ciudad. Me parece que la función del artista nunca
debe ser apologética sino provocadora”.
“Huevos no es una obra
política directa, ni es apologética de ninguna tendencia. Es por encima
de todo una obra de contenido profundamente humano, que tangencialmente
toca a todas las partes. Uno de sus temas fundamentales es la
reconciliación de la nación, algo por lo que sí me he comprometido
mucho: la nación de individuos bajo el amparo cultural de la cubanidad,
independientemente de pensamientos políticos. Dicen que esa posición es
de una ingenuidad sospechosa, pero veo que en Estados Unidos
republicanos y demócratas coexisten bajo el techo de la gran nación
americana. ¿Por qué no podríamos coexistir respetando las diferentes
posiciones y tendencias?”.
“Cada vez que hablaba con alguien
sobre mi nueva puesta en escena, la respuesta era idéntica: ‘¡Candela!’.
Me profetizaban escándalos y la visita de la famosa aplanadora de
Miami. Yo, sin embargo, nunca percibí ese peligro. Siempre entendí la
obra como otra cosa, quizá eso llevó a la puesta a transitar por el amor
y no por la guerra”.
“El trabajo de Ulises está centrado en la
familia, el amor de la familia, en el reencuentro. Por supuesto, la
obra no tiene la mirada ingenua del niño, sino la inteligencia de un
dramaturgo que trasciende ese recuerdo y le da un valor”.
“En
el texto hay un humor que suaviza los picos dramáticos de la obra. Creo
que en general fue muy bien aceptada y parte de esa aceptación tenía que
ver con el hecho de que Ulises viviera en Cuba. Mucha gente pensó que
si en Cuba se escribieran y pusieran más obras como esta, nos
sentiríamos más cerca, más tenidos en cuenta”.
A pesar de que
el testimonio de Ulises habla de una confrontación hermosa con el
público, “siempre hubo una rara conexión, no importaba la edad, la
procedencia o la experiencia”.
“El público que asistió a las
salas en Cuba fue testigo o protagonista de los sucesos del Mariel.
Algunos tiraron huevos, lo confesaron y se arrepintieron; otros,
guardaron el secreto. Muchos presenciaron los hechos o conocieron
historias acontecidas a vecinos, familiares, conocidos. Historias como
para llenar los espacios en blanco de la memoria nacional o como
posibilidades creativas para los directores”.
“Yo tenía veinte
años cuando en los ´90 la gente regresó y colocó cajas de huevos o
medicinas a quienes antes los habían despedido de una manera humillante.
Esa anécdota es verídica. Fueron esos sucesos los que me llevaron al
pasado; los que me hicieron indagar, cuestionarlos, iluminarlos”.
“Un día, un hombre llamado Eugenio despierta y encuentra su casa
rodeada de cajas de huevos. Ese fue el punto de partida para escribir la
obra. ¿Qué había detrás de este suceso? ¿Cuál podía ser la verdad de
Eugenio, de Oscarito, de todos?”, asegura Ulises.
“En Miami
todo fue muy emotivo. La gente del público lloraba como en Cuba, pero su
drama era diferente. Uno podía escuchar los sollozos. Hubo quien lloró
sin esconder sus lágrimas”.
“Ocurrió una catarsis colectiva. La
gente salía de la función y continuaba confesando sus experiencias,
agradeciendo la existencia de la obra; preguntando, debatiendo,
polemizando. Muchos se acercaban y decían, por ejemplo: ‘Yo vine por El
Mariel, a mi familia no le tiraron huevos, lo que fue una suerte, pero a
otros sí. Todo fue una tragedia que nos separó’. Y me abrazaban”.
Recuerda Rodríguez Febles la experiencia durante los paneles dirigidos
por la Dra. Lilian Manzor. “La gente contó sus testimonios, algunos
declararon haber hablado por primera vez sobre el tema en público. Otros
se debatían, como el personaje de Oscarito, entre la duda, la necesidad
de perdonar u olvidar a los que los habían repudiado, o dejarse llevar
por el odio. Es importante aclarar que muchos de los que tiraron huevos
llegaron primero que sus víctimas a Miami o a otras ciudades de Estados
Unidos. Estas confesiones -respetuosas, alentadoras a la compasión y la
bondad, a pesar del trauma- ocurrieron cada noche. Es una lástima que no
se hayan filmado esos testimonios, que no se repetirán nunca más.
Hubiera sido una forma auténtica -otra- de conservar las huellas del
dolor, de las desgarraduras, del miedo, de la incertidumbre, de la
nostalgia, del amor. El aprendizaje es que lo único que nos puede salvar
como especie, es el amor por el otro”.
Como ya muchos sabemos,
la historia ha recolocado en su lugar a víctimas y victimarios. A veces
esos roles se trastocaban en un desvarío hijo de la época, del espesor
de la maldad, el sinsentido, la confusión, el oportunismo y el engaño.
Son los menos los que persisten en ver en aquellos actos un reclamo de
justicia, un derecho ciudadano ante la amenaza y el peligro de los que
pensaban diferente a la mayoría.
Ulises escapa de las figuras
estancas de la víctima y el victimario. Sus personajes se complejizan y
desbordan humanidad, con convicciones y dudas. Las circunstancias van
conduciendo los comportamientos a situaciones límites, de las que apenas
son sobrevivientes.
Para Sarraín la respuesta correcta ante el
trabajo con los personajes es que ha tratado las situaciones alejado de
cualquier maniqueísmo. “Mi decisión de dirigir Huevos se debió a una
acotación de Ulises en la que autorizaba al director a reordenar la
obra. El texto se levanta no sólo sobre una historia sino sobre un
estilo experimental, interesante, sugerente. Uno lee la obra y se da
cuenta de un propósito técnico que abre puertas a una mirada particular.
El juego con el tiempo y el espacio propone una narración fragmentada,
no menos efectiva, pero más difícil para el espectador. Así que me senté
con el texto y pensé cómo podría hacer esa obra en un espacio mínimo
como el que teníamos, con recursos técnicos y económicos limitados,
limitadísimos. Pensé que lo político y lo emocional serían más difíciles
de encaminar con una estructura fragmentaria, como pinceladas de un
cuadro impresionista que tiene la obra original. El reto era recuperar,
de la estructura aristotélica, un hilo narrativo que condujera la acción
desde la llegada del personaje principal a Cuba hasta su regreso”.
“Dos pilares de este trabajo fueron el diseño de escenografía de Alain
Ortiz y la música de Las ilusiones perdidas, de Ignacio Cervantes. Otro
fue el diseño de los personajes. Mi primera preocupación fue encontrar
el punto en que ninguno fuera concebido desde un solo ángulo del
conflicto. Algunos querían una puesta de ‘malos y buenos’, pero desde
los primeros ensayos traté de que los actores entendieran la pluralidad
del problema”.
“Tuve la suerte de tener actores inteligentes,
profesionales, que se dejaron guiar y consiguieron, cada uno en su
medida, lo que la puesta se proponía. Los jóvenes protagonistas, ambos
graduados de la ENA, se entregaron primero al dolor y desde la herida
comprendieron responsabilidades personales en la culpa. Ambos, Enrique
Moreno y Liset Jiménez, lograron trabajos complejos, se hicieron
humanos. Micheline Calvert, una primera actriz, bordó con elegancia un
personaje difícil, episódico, que podría haber sido uno de los odiados
por el público de Miami. Sin embargo, la audiencia estuvo con ella todo
el tiempo, rieron y lloraron con un personaje atrapado por su pasado y
víctima de las circunstancias sociales, sus grandes culpas reconocidas,
pero también su inmensa humanidad. Creo que uno de los personajes con
que el público más se quedó fue la Enelia de Yvonne López Arenal. La
sinceridad, el dolor y su grito de ‘yo soy inocente’, todavía retumban
en los espectadores”.
Ulises reconoce que el dibujo humano que
hizo de los personajes contribuyó al éxito de la puesta en escena. Así
lo ha acuñado la académica cubano-americana Uva de Aragón al decir que
“Huevos no simplifica las cosas. No nos muestra a buenos y malos en
blanco y negro. Tampoco emite juicios. Pero sí pone al descubierto los
sentimientos de culpa por parte de muchos (…)”.
“Huevos es
síntesis de un paisaje humano en el caos, inmerso en las contradicciones
de la época, de los acontecimientos; una vorágine arrasadora de la
masa, donde lo individual se sumerge ante los acontecimientos. Nadie se
salva de esa culpa. La selección de los sucesos y los personajes fueron
esenciales, especialmente porque el teatro es síntesis de un torrente
inmenso de recuerdos”, dice Ulises.
“Siempre me interesó que
cada uno de los personajes tuviera su verdad, que la defendiera. Sarraín
defendió una inmersión en la memoria. Creo que encontrar en los actores
la humanidad, los conflictos esenciales, es una de sus premisas, así
como el sentido de la culpa personal ante el fenómeno social. El sentido
ético y de responsabilidad individual, ¿no es esa premisa válida para
todas las épocas? ¿Qué hago, qué haría un individuo en una situación
límite, ahora mismo? ¿Qué es más importante, la familia o las
ideologías? Esas y otras muchas interrogantes están en Huevos y son de
mucha actualidad”.
“Alberto Sarraín, con una sensibilidad
especial, conocedor del público de Miami, de las problemáticas del
emigrado, de sus heridas, supo tejer una puesta en escena muy particular
para hablar desde la conciliación”.
Entre los desafíos de
Huevos hoy está cómo hacer comprensible y cercana una historia que tuvo
su origen en un contexto tan diferente al actual. Cómo mirar desde el
presente el saldo en la producción intelectual y cultural de esa
experiencia para ambos “países” es una pregunta que se repite.
En el teatro existen piezas que abordan el conflicto del Mariel. Una de
ellas, escrita muy cercana a la fecha de los acontecimientos, es La
familia de Benjamín García, de Gerardo Fernández, y la segunda fue El
grito, de Raúl Alfonso, ópera prima del también director cubano que le
valiera el Premio Pinos Nuevos a mediados de los ´90, aunque su estreno
teatral se produjo en 1989.
Para Sarraín, el mejor y el peor
sabor que ha dejado este trueque singular es la conexión de experiencias
humanas y artísticas. “Lo mejor fue compartir con Ulises, un ser humano
espectacular, un artista seguro. Supo entender las necesidades de la
puesta para este público y trabajó conmigo en todas las variaciones de
la visión espectacular. Lo peor fue el momento del año en que
estrenamos: competir con Santa Claus es muy difícil”.
Sin
ponerse ambos de acuerdo, Ulises le devuelve la moneda a Sarraín y dice
que sí, que lo mejor fue trabajar con Alberto: “El respeto, el diálogo
profesional en cada etapa del proceso. Incluso, hasta para valorar la
música seleccionada o el hermoso cartel de Pablo Durán. La manera
particular en que releyó el texto, jugando con la estructura, para crear
una dramaturgia espectacular muy personal, capaz de dialogar con el
público al que iba dirigido y alejándose de la puesta anterior. Fue una
experiencia de colaboración entre el dramaturgo y el director que no
siempre ocurre”.
Ulises sigue destacando experiencias
favorables y no pasa por alto la contribución de actores, actrices,
integrantes del equipo creativo. “Akuara Teatro me permitió experimentar
otra manera de enfrentar el acto creativo. Escribir textos para un
personaje que sólo se refería, como el de María -la mujer de Eugenio-
para esta puesta, o transformar de mutuo acuerdo alguna frase, un texto
que podía no funcionar en el contexto de Miami. Lo mejor, el constante
interés de los periodistas en la isla o en Miami, por el estreno,
informando, promocionando, difundiendo en diversos medios”.
“Miami es un espacio que tiene un valor simbólico en el imaginario
insular, donde lo ideológico es esencial. Es un mito que cada cual lee a
su manera: idílico y perverso, son dos de las más utilizadas con otras
cincuenta definiciones. Estar allí, compartir con la gente de allí, fue
una experiencia inolvidable. Creo en la conciliación y no en la
contienda”.