FOTOGRAFÍA DE ULISES REGUEIRO |
Entrevista a Yvonne López Arenal
Por Rosa Ileana Boudet. Lanzar la flecha bien lejos.
Yvonne López Arenal es la intérprete de Lala Fundora en la puesta de Alberto Sarraín de Contigo, pan y cebolla,
de Héctor Quintero en Akuara Teatro en Miami. Hace tres meses que
estrenaron y todavía tiene público. Interesada como pocas por los
autores cubanos y dramaturga ella misma además de actriz –ha montado El súper, de Iván Acosta y Réquiem por Yarini,
de Carlos Felipe durante su etapa en Los Angeles y en su sala
Avellaneda (de Akuara) obras de Alberto Pedro y Rita Martin y
proyectos propios como Gaviotas habaneras, su familaridad con
dramaturgos tan diferentes, le otorga una perspectiva otra a la actriz.
Cuando faltan escasas funciones para que baje de cartel, le pregunto por
el enigma y el placer de interpretar un personaje tan vivo en la
memoria.
De lejos me ha sorprendido que un personaje escrito hace más de cuarenta años haya tenido aceptación en Miami en un contexto tan diferente. ¿Qué tiene Lala Fundora?
De lejos me ha sorprendido que un personaje escrito hace más de cuarenta años haya tenido aceptación en Miami en un contexto tan diferente. ¿Qué tiene Lala Fundora?
Esa misma pregunta me hago yo, ¿Qué tiene Lala Fundora? Lala es una protagonista, una heroína cotidiana, conmovedora. Nació con
una estrella destinada a quedarse para siempre en las tablas y en la
memoria colectiva. La lucha de esta mujer por sacar adelante a sus
hijos, a su familia, paraliza al espectador, es una sufrida madre, pero
es también la eterna optimista, es simpática, es una fuerza de la
naturaleza. La gente vibra con ella desde que dice la primera palabra.
Lala es el resultado de la capacidad que tuvo el autor para crearla,
única, sui géneris y a la misma vez cercana a tantas madres que
conocemos. Es un personaje con carácter, muy realista, bien construído,
con una historia que nos resulta familiar.
Carlos A. Pérez e Yvonne López Arenal (Fotografía de Ulises Regueiro) |
A mí desde lejos, los tres meses de permanencia en cartel de la obra,
en una ciudad con tantas otras ofertas culturales, me reafirma en que
habría que valorar el llamado costumbrismo de otra manera. ¿Estás de
acuerdo? Se ha hablado de costumbrismo, de vernáculo ¿No será que es sin
más una obra excelente? ¿O es que su apelación sentimental y de
melodrama ofrece al público pocas dificultades?
Ha sido un acierto la selección de esta obra y se lo debo a nuestro director. Es una obra que reúne muchos factores. Ante todo, en su género, que para nada pienso que es menor, es única, no hay concesiones al mal gusto, ni al chiste barato. La gente se reconoce en los personajes. Contigo pan y cebolla es una joya de nuestro teatro, es lo cotidiano en una dimensión que pocas veces se alcanza, eso la distingue y las personas lo perciben. Los personajes están bien construídos, descubres de manera sutil quiénes son. Para nada, me parece que apele a fórmulas de un facilismo melodramático. Su maestría consiste en lograr un arte que eleva a los actores y al público a un nivel pocas veces alcanzado. Sin perder la riqueza de lo popular, coloca al teatro costumbrista en la categoría que merece y el público lo aprecia. En el teatro de Héctor Quintero prevalece la condición de la inteligencia humana, sus historias rondan al ser humano ligado a la familia, la sociedad y a su cultura. A la misma vez, tiene una universalidad que la induce a lo comprensible, las acerca a cualquier pueblo, independientemente de los rasgos inherentess que la identifican con nuestra cultura.
Ha sido un acierto la selección de esta obra y se lo debo a nuestro director. Es una obra que reúne muchos factores. Ante todo, en su género, que para nada pienso que es menor, es única, no hay concesiones al mal gusto, ni al chiste barato. La gente se reconoce en los personajes. Contigo pan y cebolla es una joya de nuestro teatro, es lo cotidiano en una dimensión que pocas veces se alcanza, eso la distingue y las personas lo perciben. Los personajes están bien construídos, descubres de manera sutil quiénes son. Para nada, me parece que apele a fórmulas de un facilismo melodramático. Su maestría consiste en lograr un arte que eleva a los actores y al público a un nivel pocas veces alcanzado. Sin perder la riqueza de lo popular, coloca al teatro costumbrista en la categoría que merece y el público lo aprecia. En el teatro de Héctor Quintero prevalece la condición de la inteligencia humana, sus historias rondan al ser humano ligado a la familia, la sociedad y a su cultura. A la misma vez, tiene una universalidad que la induce a lo comprensible, las acerca a cualquier pueblo, independientemente de los rasgos inherentess que la identifican con nuestra cultura.
Liset Jiménez y Andy Barbosa (Fotografía de Ulises Regueiro) |
¿Hay algo de Yvonne en Lala? ¿Cómo la construiste, de dentro hacia fuera, de afuera hacia dentro?
Sí, aunque Lala al principio me parecía muy distinta a mí, fui descubriendo muchos rasgos communes, puntos de contacto que me acercaban a ella y me ayudaban a defenderme de los que me separaban, pues claro, soy una mujer de otra época que concibe la vida y la resuelve de una manera diferente. Aunque Lala es una entelequia, tiene muchos referentes, muchas heroínas cotidianas, muchas Lalas que admiramos y a las que aferrarme. Realmente el personaje me fue entrando por la piel y se apoderó de mi de una manera extraña, a veces se termina la obra y tengo que recapacitar y decirme a mi misma, Yvonne, ya se fue Lala, hasta el próximo fin de semana y cerrar el telón. Eso nos pasa a los actores.
Construí el personaje de las dos formas, desde los primeros ensayos le puse un vestuario que me acercara a Lala, pero tuve que ir pensando como ella desde el primer día para poder definir lo que me acompañaría en este viaje. Desde el principio quise encontrarle sus zapatos, algo para mí muy importante a la hora de construir un personaje, y claro, conversé con el director y el diseñador sobre esto. Luego cuando llegó el vestuario, ya Lala tenía peinado, zapatos, forma de caminar, cadena de acciones producto de una forma de ser, de un pensamiento coherente, pero como una segunda naturaleza que me permite estar alerta ante todo lo que ocurre e en escena. Las manos de Lala, cómo las usa, en eso pensé mucho, pues los cubanos hablamos con las manos, pero cada uno es un mundo y no todos hacemos lo mismo. Yo acababa de interpretar a Magda, un personaje que adoro de Nevada, de Abel González Melo, un autor extraordinario,y Magda es cubana también. Para ella busqué toda una partitura de acciones con las manos, pero esta era una mujer amarga, nerviosa hasta el retorcimiento, capaz de comerse hasta el último pellejito mientras se debatía en toda una trama existencial y Lala no tiene tiempo para eso, está siempre haciendo algo, preocupada por resolver algo que anhela para su familia. Agradece con las manos y con el corazón, atiende a sus hijos y su marido, los palpa. Lleva su trapito de cocina de un lado a otro en ese afán de “perfección”. Finalmente, veo el caparazón ligado a su cadena de pensamientos, a sus emociones más íntimas, uno y otro van de la mano, se necesitan.
¿Sentiste de alguna manera la tradición de las puestas que has visto (y Lala, claro) como un peso o te libraste de esos recuerdos?
Vi en la tradición de nuestro teatro, recuerdos maravillosos, no quiero librarme de ellos, por suerte fui testigo de la celebración de los veinte años de Contigo pan y cebolla, mientras estudiaba en el ISA y recordé el deleite que sentí cuando vi a Berta Martínez, Silvia Planas, José Antonio Rodríguez y el resto de un gran elenco, una genialidad. La recuperación de ese recuerdo me hizo ver que lo que hacíamos era un homenaje a esos grandes del teatro cubano y ese era el reto. Por cierto, tuvimos a Flora Lauten, la primera Lalita en nuestra sala al comenzar la temporada. Me di cuenta que teníamos en nuestras manos la recuperación de tantas obras maravillosas y que el público conocería, en algunos casos, esa tradición y que en otros crecerían en la nostalgia a través de nosotros. Me transporto en cada función a la sala de Teatro Estudio, eso para mí es maravilloso.
Sí, aunque Lala al principio me parecía muy distinta a mí, fui descubriendo muchos rasgos communes, puntos de contacto que me acercaban a ella y me ayudaban a defenderme de los que me separaban, pues claro, soy una mujer de otra época que concibe la vida y la resuelve de una manera diferente. Aunque Lala es una entelequia, tiene muchos referentes, muchas heroínas cotidianas, muchas Lalas que admiramos y a las que aferrarme. Realmente el personaje me fue entrando por la piel y se apoderó de mi de una manera extraña, a veces se termina la obra y tengo que recapacitar y decirme a mi misma, Yvonne, ya se fue Lala, hasta el próximo fin de semana y cerrar el telón. Eso nos pasa a los actores.
Construí el personaje de las dos formas, desde los primeros ensayos le puse un vestuario que me acercara a Lala, pero tuve que ir pensando como ella desde el primer día para poder definir lo que me acompañaría en este viaje. Desde el principio quise encontrarle sus zapatos, algo para mí muy importante a la hora de construir un personaje, y claro, conversé con el director y el diseñador sobre esto. Luego cuando llegó el vestuario, ya Lala tenía peinado, zapatos, forma de caminar, cadena de acciones producto de una forma de ser, de un pensamiento coherente, pero como una segunda naturaleza que me permite estar alerta ante todo lo que ocurre e en escena. Las manos de Lala, cómo las usa, en eso pensé mucho, pues los cubanos hablamos con las manos, pero cada uno es un mundo y no todos hacemos lo mismo. Yo acababa de interpretar a Magda, un personaje que adoro de Nevada, de Abel González Melo, un autor extraordinario,y Magda es cubana también. Para ella busqué toda una partitura de acciones con las manos, pero esta era una mujer amarga, nerviosa hasta el retorcimiento, capaz de comerse hasta el último pellejito mientras se debatía en toda una trama existencial y Lala no tiene tiempo para eso, está siempre haciendo algo, preocupada por resolver algo que anhela para su familia. Agradece con las manos y con el corazón, atiende a sus hijos y su marido, los palpa. Lleva su trapito de cocina de un lado a otro en ese afán de “perfección”. Finalmente, veo el caparazón ligado a su cadena de pensamientos, a sus emociones más íntimas, uno y otro van de la mano, se necesitan.
¿Sentiste de alguna manera la tradición de las puestas que has visto (y Lala, claro) como un peso o te libraste de esos recuerdos?
Vi en la tradición de nuestro teatro, recuerdos maravillosos, no quiero librarme de ellos, por suerte fui testigo de la celebración de los veinte años de Contigo pan y cebolla, mientras estudiaba en el ISA y recordé el deleite que sentí cuando vi a Berta Martínez, Silvia Planas, José Antonio Rodríguez y el resto de un gran elenco, una genialidad. La recuperación de ese recuerdo me hizo ver que lo que hacíamos era un homenaje a esos grandes del teatro cubano y ese era el reto. Por cierto, tuvimos a Flora Lauten, la primera Lalita en nuestra sala al comenzar la temporada. Me di cuenta que teníamos en nuestras manos la recuperación de tantas obras maravillosas y que el público conocería, en algunos casos, esa tradición y que en otros crecerían en la nostalgia a través de nosotros. Me transporto en cada función a la sala de Teatro Estudio, eso para mí es maravilloso.
Creo que la puesta de Alberto Sarraín y el trabajo de mis compañeros me permite ese viaje de ida y vuelta. Ese amor que emana de todos, llega al público. Lo que pido para cada función es que esa magia florezca y que esos recuerdos nos protejan cada noche. Este proyecto fue además, como “Crónicas de una muerte anunciada", la profecía de un éxito anunciado. De ella me habló Antonio Orlando Rodríguez para que la incluyera en nuestro repertorio cuando abrimos la sala hace dos años, y tú me dijiste: Si Contigo, pan y cebolla no tiene público en Miami, eso sí que sería noticia. Esa obra no falla.
Akuara Teatro
4599 SW 75 Ave. Miami
Tel. 786-853-1283
Funciones: Sábados 8:30 pm y Domingos 6:00 pm