Foto: Ulises Regueiro: Liset Jiménez y Miriam Bermúdez. Nevada, la tercera “pata” de una trilogía nada “melosa” |
Para
poder entender y apreciar en su justa medida esta tercera “pata” de la
trilogía de Abel González Melo que es la obra teatral Nevada –
“torneada” admirablemente por AKUARA TEATRO bajo las órdenes del
“maestro” carpintero Alberto Sarraín– considero que es de gran ayuda
haber visto las restantes, porque las tres responden a una misma
estética y a un mismo objetivo: presentar situaciones extremas, que si
bien no son la regla general, como lacerante excepción pudieran ser el
antídoto para que no se regularicen, y nos salvemos todos de ese
infierno interior que tan bien describen las tres obras, porque a todos
nos duele el planeta Cuba aunque algunos vivamos en sus anillos
exteriores.
En mi reseña de Chamaco, la primera pata de esta “mesa” –que afortunadamente, al igual que el símil que escogí, no “cojea” – escribí:
“El teatro es un espejo de la cotidianidad, y por ende, de los entresijos sociales y políticos de la sociedad. Aunque el individuo trate de vivir al margen de la política, esta repercute de tal modo en lo social que no le permite escapar de ella, siendo su victimaria, cosa que los cubanos sabemos muy bien por experiencia propia y extendida. Como canta Porno para Ricardo, ‘a mí no me gusta la política, pero yo le gusto a ella’.
“Las personas que han vivido bajo una dictadura han tenido que aprender de primera mano que el teatro tiene que ver con la realidad, y que, aunque no lo pretenda, esa es una de sus tareas; al describir realidades, aun si fueran inventadas, el teatro interviene en la vida de los que asisten a una representación teatral, y este es el primer mérito, entre muchos otros, de Chamaco.
“No quiere decir que la prostitución sea privativa solo de países totalitarios como Cuba, pero al existir un aguda asfixia económica, una jinetera o un pinguero consiguen en una noche lo que un ingeniero, una enfermera o un médico no logran en varios días ejerciendo su profesión, a diferencia de aquellos países en que existe movilidad económica y, por ende, social”.
Como verán los que ya han disfrutado Nevada, todo lo anterior es aplicable por completo a su trama.
A su vez, sobre la puesta de Talco expresé:
“(…) en Talco, González Melo se ha pasado de la raya, literal y en sentido figurado (“¿quieres meterte una raya?”, es una pregunta reiterada entre los protagonistas), pues ha tomado al pie de la letra los presupuestos de (Antonin) Artaud para aplicarlos a una realidad ya de por sí infeliz, la del novo-homo-sapiens especial cubano, a la que ha tensado aún más con un “sentido de rigor violento y condensación extrema de elementos escénicos… basados en la crueldad…, que será sangrienta en el momento que sea necesario”, como reza una definición en Wikipedia del “Teatro de la crueldad” de Artaud.
“A pesar de los pesares, Cuba no es Colombia ni México en cuanto a la proliferación de la droga se refiere, y aunque el teatro, para captar realidades, debe ser totalmente artificial, como declarara Herta Müller sobre la literatura en general, me parece que en Talco esa artificialidad, lejos de atraer al espectador, lo espanta con su excesiva crueldad…
“(…) Nada aporta al análisis de nuestro drama nacional estos personajes tan negativos, sin crecimiento, atrapados en una sórdida e invisible red que lo cubre todo, conspirando hasta contra la proverbial sensualidad isleña –los actos sexuales esbozados en la obra son tan mecánicos que no despiertan ni erotismo en la audiencia, pese a que todos los actores son sensuales per se–; tal es la carga pesada del argumento”.
Si bien lo que escribí sobre Chamaco funciona perfectamente para Nevada, en esta lograda puesta de AKUARA TEATRO el excelente colectivo de actores pudo conjurar el peligro de repetir la excesiva crueldad y falta de sensualidad que aprecié en Talco, y todos bordaron sus personajes como si estuvieran viviendo de verdad la historia, al punto de que uno como espectador llega a sentirse como si fuera un vecino o conocido del barrio de los personajes, por la verosimilitud que cada actor le impregna al suyo.
Magda es todo un símbolo, muy pocas veces tratado en el teatro, las telenovelas o en el cine latinos, de esa mujer que no solo es madre a tiempo completo – con todo su derecho–, y que necesita ser amada también por un hombre, por lo que el personaje rompe con el clásico estereotipo de la madre que cuando se divorcia o enviuda se “olvida” de sus necesidades sexuales y, por lo tanto, renuncia al erotismo; y esa dualidad no excluyente de madre y mujer encontró en la actriz Yvonne López Arenal a una intérprete absoluta; sufrida y contradictoria como madre, y sensual y entregada cuando se refugia en el amante pagado para desahogar sus deseos naturales de hembra, y también –por supuesto– para escapar de la aridez de su vida de enfermera cubana mal pagada.
Liset Jiménez le impregnó a su Lucía una frescura tal que no parecía que estaba actuando, y supo matizar sin costuras ese desenfado casi insolente que caracteriza al novo homo-sapiens cubano –sobre todo en la juventud– para convencer como la precoz mujer que transita entre el miedo, el amor y la familia, pero que a la vez no vacila en su decisión de huir con su novio-proxeneta hacia Nevada, previa escala en Miami tras la consabida “excursión” por el Caribbean Shark Kingdom.
Higinia, a su vez, es para mí “esa mujer del pueblo” que representa a la mayoría de la población cubana en la isla, la cual sobrevive como puede nuestro Holocastro, y que es testigo –nunca mudo, “porque todo lo quiere saber del enfermo la señora” – del marginalismo y de la decadencia de una sociedad cuya juventud se debate entre la ida y el invento para “resolver” y sobrevivir, aunque sea a costa de usar su propio cuerpo como moneda de cambio; y la actriz Miriam Bermúdez encontró el tono exacto, justo, para encarnarlo.
Pepe Ronda, como Rosnay, el chulo-¿pinguero?- novio de Lucía, también le dio a su personaje la frescura que le alabé a Liset, y supo pulsar con tino en todo momento esa cuerda pragmática que caracteriza a su emblemático personaje – que es todo eso a la vez– , pero sin dejar de ser un ser cubano creíble.
Carlos Alberto Pérez, en su rol de Frank, el “cliente” de Lucía – contrapeso necesario para evidenciar la amoralidad de la pareja– hasta engordó para “justificar” el insulto de “gordo” que le escupe Lucía, lo que evidencia su compromiso con la profesión, reafirmado además por su actuación convincente y realista; y Andy Barbosa, el benjamín del elenco, se olvidó de sí mismo para ser Osmel, un varonil gay –¿de clóset? – que odia ser Camilito y que no quiere que su hermana lo abandone; todo un conflicto existencial que Andy se creyó, sobre todo en el regodeo con el novio de Lucía, donde la aparente “traición” a su hermana puede tener una segunda lectura: la de buscar un pretexto para que Lucía se pelee con Rosnay y no se vaya.
Celebro el ritmo de la obra, que en ningún momento me hizo mirar el reloj – o pensar: “¿cuándo se acabará esto?” –, así como los movimientos escénicos y la sensual intimidad que le imprimen a la puesta los semidesnudos masculinos –y algunos atisbos muy realistas de partes íntimas posteriores– ; en fin, que Sarraín nos regaló aquí eso que presagiaban los anuncios de Calígula pero que nunca se vio en escena.
Toda esa “magia realista” teatral no se hubiera podido lograr sin los diseños escenográficos y la coordinación del vestuario de Eddy Díaz Souza –¡ese vestido rojo que calza como un guante el cuerpo de Liset!–; el diseño de luces del experimentado Mario García Joya – con Rolando Santini como operador–; todo ello bajo la dirección del maestro Alberto Sarraín, con José Antonio Orta como asistente, que supo sacarle el jugo al elenco para que esta Nevada morbosa, desoladora e inquietante “cayera” sobre Miami.
Amigo/a espectador/a, si usted quiere ver una obra de teatro intensa, realista, sensual, donde no se escatima talento, piel ni regodeo erótico –aunque el desenlace sea inesperado y traumático– le recomiendo que no se pierda Nevada; usted se lo merece, y también el director y los excelentes actores que la representan, que estarán felices de ver su cara desde el escenario.
Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO para el arte público
Miami, 5 de noviembre del 2012