Fotos: Iván Cañas.
Banquete de talento
by Baltasar Santiago Martin on Tuesday, August 23, 2011 at 2:45am
Únicamente quien ha vivido bajo el imperio de una libreta de “desabastecimiento” en un régimen de propiedad estatal sobre los medios de producción y servicios –léase socialismo al duro y sin guante– puede entender el odio del “jerarca” al apetito del “conglomerado”, así como su consigna de “no se dejen confundir por el sonido de sus tripas”, en esta lúcida y cruda alegoría sobre la lucha “obrera” por el poder que es la obra teatral El banquete infinito, de Alberto Pedro, donde, más que un banquete, estamos en presencia de una verdadera orgía de metáforas brillantes y excelentes actuaciones.
Aunque ya Orwell abordó de manera genial en su Rebelión en la granja –donde los cerdos acaban siendo “más iguales” que el resto de los animales y que las personas destronadas– el tema del comportamiento de los líderes mesiánicos una vez que se apoderan del poder, ya sea por las buenas o por las malas, El banquete infinito sorprende, en primer lugar, por haber sido escrito por el autor en Cuba –donde los árboles pudieran no haberle dejado ver el bosque– , y en segundo, por su clarividencia y vigencia, pues Alberto Pedro ha partido la chirimoya al medio, dándole un matiz universal a una tragedia que pudiera parecer local para los nórdicos, pero no para los auditorios latinoamericanos, hartos de Evitas enjoyadas, piñatas sandinistas, derroches de Chávez y orgías consumistas de la nomenclatura revolucionaria castrista.
“¡Apetito!”, grita el jerarca enfurecido con la garganta prestada de Carlos Alberto Pérez, el magnífico actor que se desdobla después de modo impresionante en el guerrillero que lo derroca. Renuente al principio a ser llamado “Paradigma” por sus compañeros de armas, luego se olvida de ser simplemente Chucho para volverse una copia del anterior jerarca.
“Las Viriles”, esa tríada de tan representativa ambigüedad, le dan un eficaz tono surrealista a la obra, que quizás sirve para hacer más comprensible y real la metáfora (¿Dulces guerreros cubanos, tal vez?), a la vez que la desmarcan del odioso y gris realismo socialista que sobrevendrá “cada 24 horas”, según la proclama “paradigmática”.
Alain Casalla, como Viril Primera, demostró un perfecto dominio de su rol en escena, tanto de su cuerpo como de su emblemático abanico (pudiera haber sido también una suave chalina “icaica”, o un blazer sobre los hombros, nada viril, por cierto); mientras que Leandro Peraza, posesionado por esa especie de esperpento totalitario que es Viril Segunda, volvió a ser el poderoso intérprete trágico que ya evidenció con creces en Oda a la tortura, con formidable proyección de la voz, fluido movimiento escénico, y total dominio de sus parlamentos y de sus significados. A su vez, Tomás Doval, como Viril Tercera, matizó con adecuada introspección su personaje, para diferenciarlo de sus aparentes clones, mucho más previsibles y esquemáticos que el suyo.
Ivonne López Arenal, la Ave Rara de la obra, especialista en “Labajología”, como el personaje mismo se anuncia, descendió del Olimpo de sutileza y contención donde generalmente habita como actriz para entregarnos una mujer común, desenfadada, populachera y sensual, que sigue fiel a sus orígenes y a su familia, como debe de ser pero no siempre es; y Micheline Calvert, en el difícil papel de Perogrullo, encarnó de modo magistral, sin ninguna estridencia, a ese intelectual oportunista que le vende su alma al jerarca –y a quien le suceda– con tal de no perder sus privilegios.
Claro que toda esta orgía de talento interpretativo no se hubiera podido lograr sin el de Miriam Lezcano, directora y cocinera de este gran banquete teatral y actoral; los funcionales decorados y el vestuario de Alba Borrego, el diseño de luces de Mario García Joya, con Rolando G. Santini y Elena Montes de Oca como técnicos, y el excelente sonido de Gory; ¡qué viva pues Akuara Teatro y su Jamalismo; carne roja para todos!
Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO para
el arte público
Miami, 22 de agosto del 2011